Del Libro “Los Hijos y los Límites” de Jaime Barylko
Viajo en plena noche y pienso: los límites, los límites.
Viajo en auto, y debo dar una conferencia sobre ese tema en un country fuera de la capital. ¿Qué les digo cuando me pregunten? ¿De qué hablo?
La gente está angustiada y saturada de tanto análisis y de tantas frases complicadas que explican todo y que no resuelven nada.
Aprendimos a hablar y a pronunciar discursos sofisticados. Pero no se modifica la vida con discursos, ése es el problema.
La gente aprendió a cargar sus propias frustraciones sobre hombros ajenos, la culpa del otro, la sociedad de consumo, la televisión, los juegos electrónicos, el stress...
No va más. La vida es la que debe cambiar, y con urgencia. Queremos vivir mejor. Bienestar, sí, y lo otro, estar bien.
El auto, raudo, recorre la carretera negra. La noche es oscura, la carretera se proyecta hacia adelante, se pierde en el horizonte. Miro por el parabrisas y me pregunto cómo verá el conductor el camino.
Yo tengo la vista confusa, titilan las luces de los vehículos y es un mar de focos y sombras que me nublan la visión en vez de aclararla. Me pregunto si los años no estarán haciendo lo suyo y mis ojos ya no son lo que eran. El oculista, pienso, el oculista... Y me resigno, y me deprimo un poco por este deterioro que el devenir del tiempo va generando en los cuerpos.
De pronto, despierto. Sucede algo extraño, todo se ilumina, y me relajo. Ahora veo perfecto. No, no son los ojos. Algo ocurrió afuera.
"¿Qué ha sucedido?", me pregunto.
Es la misma ruta, el mismo asfalto, la misma noche, pero todo es diferente.
"¿Qué ha sucedido?", insisto en averiguar.
Descubro el gran acontecimiento que ha derramado un haz de visión noble y segura sobre mis ojos. El problema no estaba en mí, estaba en la ruta.
Ahora la ruta, la misma ruta, tiene rayas blancas a los costados, demarcatorias, y una línea segmentada en el medio. La ruta está demarcada. Está el adentro, está el afuera y está el medio. ¡Así da gusto!
También el cerebro se me enciende. Descubrí en qué consisten los límites.
"¡Eureka!", grito hacia adentro, en memoria del glorioso griego.
Las rayas que delimitan el camino
Sin esas rayas a los costados, sin esos límites señalados, la gran libertad del camino era un caos de ceguera y miedo, incertidumbre y vacilación.
Ahora es distinto. Faltaban esas rayas. Ahora están, y los límites, lejos de oprimir al viajante, lo liberan, lo protegen.
Llegué a la conferencia y supe de qué hablar.
¿En qué consisten los límites? En eso, en delimitaciones del camino, en cercos protectores, en marcos contenedores y referenciales.
No son un fin en sí, son un instrumento para realizar fines. Cuando ellos están uno puede actuar y elegir. Hasta, si quiere, puede salirse del camino. También para salirse hay que conocer los límites.
Eso: los límites son para que pueda haber libertad. Justamente lo contrario de lo que podría pensarse: no cercenan la libertad, la otorgan.
Las rayas no son el camino; el camino está entre ellas, y dentro de ese estar entre ellas tú puedes elegir el ritmo, el movimiento, el desplazamiento, la velocidad, el rumbo, el qué, el cuándo, el cómo, y si quieres dejas de moverte, te detienes, y todo lo que tu fecunda imaginación te proponga. Lo puedes realizar sabiendo qué va adentro y qué va afuera de esos límites, de esas rayas. Y eliges.
Esa es tu libertad, y la tienes porque tienes límites.